La continuidad de la empresa y el futuro de la familia
No todo lo que es bueno para la empresa es bueno para “la familia”, y no todo lo que es bueno para “la familia”
es bueno para “la empresa”.
Por eso para prevenir posibles conflictos entre “la familia” y “la empresa” debemos intentar regular esta relación.
La clave es que existan reglas claras y consensuadas, que sean comunicadas y explicadas a cada uno de los miembros de la familia y sobre todo a los miembros de la próxima generación.
A veces estas reglas son de hecho, hay una especie de “contrato verbal” entre padres e hijos. Otras, en cambio, suelen formalizarse en un “protocolo familiar”.
El “protocolo familiar” es el documento en el que una familia propietaria de una empresa pone por escrito las normas que van a regir la relación entre la empresa y la familia en el presente y en el futuro.
El objetivo del “protocolo familiar” es establecer las reglas básicas de dicha relación para los socios actuales y para las futuras generaciones, de manera de asegurar la continuidad de la empresa en manos de la familia.
Idealmente, en la redacción del “protocolo familiar” deben participar los socios actuales y todos los miembros de las familias propietarias que sean herederos de los socios actuales, todos los familiares que trabajan en la empresa y los que piensen incorporarse en el futuro.
En síntesis, en la redacción del protocolo familiar deberían participar todos aquellos que tengan (o puedan tener en el futuro) intereses en la empresa familiar y que podrían quejarse por no haber sido invitados a participar.
Lo más importante del protocolo familiar no es el documento en sí sino el proceso de micro-pactos familiares por el que se llega a él.
El proceso es progresivo; primero la familia redacta un capítulo, y luego el siguiente, así cada vez es más fácil “dar el paso siguiente”.
Esta concepción del protocolo familiar pone el énfasis en las reuniones y el diálogo y toma en consideración todas las opiniones para llegar a una conclusión consensuada que es la que se plasma en el documento final.
En las empresas familiares, a partir de la segunda generación, la armonía depende –entre otras cosas- de la claridad de las reglas del juego. El valor del protocolo no está en lo que dice, sino en que las próximas generaciones se acostumbren a que existen normas que hay que seguir y respetar, normas que si quieren, ellos también podrán cambiar cuando llegue el momento.
El protocolo familiar no es una camisa de fuerza, es más bien un documento abierto sobre el que la familia va trabajando a lo largo de los años, de modo que no sólo va actualizándose y adaptándose a las necesidades de cada momento, sino que establece entre los miembros de la familia una cultura y una práctica de conversación, diálogo y entendimiento que es la base para prevenir conflictos y para fomentar la armonía presente y futura.
En la empresa familiar, hay situaciones que son inevitables y aparecen por el mero paso del tiempo; sabemos que, aunque esos problemas todavía no existan, más tarde o más temprano, se van a presentar.
Cuando la familia está unida, y todos “se llevan bien” es más fácil hacer un protocolo familiar; no conviene esperar a que los problemas “exploten” para empezar a redactarlo.
El protocolo familiar habla de los problemas que puede originar la guerra; por eso hay que redactarlo cuando la familia vive en paz.
El protocolo familiar siempre es preventivo; hay que prepararlo antes que los conflictos se hayan instalado en la familia; no es recomendable hacerlo “sobre la marcha”.
Lo ideal es hacerlo cuando el fundador tiene buena salud y los hijos/as son chicos y todavía no tienen novia/o o pareja estable.
Después de ponerse de acuerdo sobre todas y cada una de las normas auto impuestas a la familia, el protocolo debe escribirse, redactarse y vigilarse. Es muy importante que el protocolo sea voluntariamente creado, aceptado y mantenido por todos los miembros de la familia.
Las normas de un protocolo no pueden ir contra la ley, por eso sólo una parte del protocolo familiar puede legalizarse. Muchas cláusulas del protocolo pueden incluirse en el contrato social o en el estatuto, pero el verdadero valor del protocolo no es su valor legal, como le dijo Juan Perez a su esposa. “Tendríamos que tener tan hecho carne el protocolo, que no hiciera falta recurrir a él; nuestros hijos lo tendrían que aprender no de alguien de afuera, sino de nosotros mismos.”
Juan Carlos Aimetta