Mis hijos y yo.

Omar: – Guido siempre estuvo en el campo, él se quedó trabajando conmigo; en cambio Iván hizo su vida y anda por el mundo vendiendo chucherías y tocando su guitarrita

Coach: – ¿Iván hizo su vida?

Omar: – Si, él se fue e hizo la suya.

Coach: – Y dígame una cosa ¿Guido la vida de quién hizo?   

Cuando una familia se embarca en el proceso de construcción de un sueño compartido, pueden salir a la luz sentimientos que habían sido guardados o enterrados hace mucho tiempo.

Las discusiones de algunas familiares con empresa enmascaran resentimientos subyacentes que incluyen a los deseos individuales no expresados. Estas aspiraciones escondidas tarde o temprano terminan aflorando en otros terrenos y distorsionan cuestiones importantes; y -a veces- hasta le provocan un grave daño a la empresa”

Una poderosa corriente emocional subterránea corre debajo de las decisiones supuestamente racionales que inspiran la continuidad de la empresa familiar.

La cantidad de miembros de la próxima generación, sus edades, su sexo, su estado civil, la situación patrimonial de sus cónyuges, y sobre todos su propio proyecto de vida.

Algunos mandatos familiares son tan potentes que pueden hacernos creer que los sueños de los padres pueden meterse en los hijos como si fuera una inseminación artificial; esto equivale a la pretensión de hacer de los hijos una extensión de los padres sin individualidad ni proyecto propio.

Una cosa es darle a los hijos la oportunidad de conocer y querer la empresa familiar y otra muy distinta es pretender que ellos tengan la obligación de elegir la misma vida que eligieron sus padres. Un padre que no considera a su hijo capaz de vivir su propia vida y de soñar su propio sueño ¿cómo podría tomar decisiones responsables en la empresa familiar?

Yo no quiero ser el cuaderno en el que mi padre escribe sus sueños. (un hijo).

Subordinar las identidades y las aspiraciones de los hijos a los sueños de los padres puede generarles un profundo resentimiento por haberse traicionado a si mismos. Incluso podría ocurrir que -en el futuro- los hijos responsabilicen a sus padres de su frustración por no haber elegido las carreras que verdaderamente les hubiera gustado elegir.

No siempre hay que elegir entre triunfar como empresario o triunfar como padre; pero en algunas familias el dilema existe y no quedará más remedio que atreverse a pensarlo, si descubrimos que triunfar como empresario implica fracasar como padre, el precio a pagar puede ser demasiado alto.

Ayudar a los hijos a tejer un sueño compartido implica poner el esfuerzo de poner una generación al servicio de la siguiente, la mayoría de los padres desean sincera y honestamente la felicidad de sus hijos pero creen que lo mismo que los hizo felices a ellos los hará felices a sus hijos.

Un caso interesante es el de Ramón y Manuel casados con 7 primos en la segunda generación, (3 de Ramón y 4 de Manuel) Ramón (y sobre todo su mujer) le había más libertad a sus hijos en la elección de sus propias carreras profesionales, sus expresiones eran contundentes “sé lo que quieras ser” y cosas por el estilo. Mientras que la familia de Manuel –en cambio- había elegido la alternativa de influir en la elección de las carreras de sus hijos con profesiones afines al negocio agropecuario. La familia de Manuel entendía que todos sus hijos tenían la “obligación” de participar en la empresa, mientras que para los hijos de Ramón, la posibilidad de trabajar en la empresa era solamente una opción más. Los hijos de Manuel eran mayores que los  hijos de Ramón, la línea de Manuel estaba “copando la empresa” produciendo un resentimiento creciente en los hijos de Ramón que se sentían progresivamente desplazados.

Manuel (y sobre todo su esposa) podía apelar a un extenso repertorio de presiones a veces sutiles, a veces directas para condicionar la elección del sueño de sus hijos. Apelaba desde el habitual “¿para quién hizo todo esto tu padre, sino es para Uds.?” hasta frases más directas como “nunca se olviden que la tierra no es algo que heredamos de nuestros padres, sino algo que le pedimos prestado a nuestros hijos”, tengan mucho cuidado con como administran lo que sus hijos le han prestado. Podían tentarlos con las ventajas del dinero y el poder, avergonzarlos delante otras personas, ridiculizar sus aspiraciones personales, chantajearlos o presionarlos constantemente de cualquier otra forma.

Pero tarde o temprano, la verdad emergerá de algún modo y más vale que sea temprano que tarde, porque alguien que ha sido forzado a enterrar sus verdaderas preferencias difícilmente pueda ser un buen socio y mucho menos líderes convencidos y convincentes.

Tener un hermano que descubre a tiempo que la empresa familiar no es lo del, no es una desgracia sino una oportunidad.

La construcción del sueño compartido requiere tiempo, (a veces mucho tiempo) y es indispensable que la familia re reúna a conversar serenamente sobre los proyectos personales de cada uno.

El proceso de construcción del sueño compartido puede tener un final feliz, incluso si los hermanos (o los primos) descubren que no tienen un sueño compartido. Una división a tiempo, prolija y en paz también es un final feliz.

La paradoja es que darse cuenta que “no queremos seguir juntos en el camino de los negocios, sólo porque somos hermanos” es una excelente forma de poder “seguir juntos como hermanos aunque no hagamos negocios juntos?. La experiencia profesional me hace pensar que las familias que no siguen juntas “ya sabían que no tenían un sueño compartido, aunque no querían decirse que lo sabían”

Algunos llegan demasiado lejos en su intento de forzar el sueño de sus hijos, arman sociedades prematuramente y ponen a todos sus hijos como socios. Así  siendo todos socios de todos en todo quedan encadenados entre sí (a veces sin saberlo o incluso sin quererlo) y al sueño de papá y mamá.

Formar una sociedad con hijos que o no se llevan bien o no quieren ser socios implica “atarlos jurídicamente” y a la larga no dará resultado; sería como encerrar a personas que no quieren o no pueden estar juntas en una especie de corralito legal del que después resulta muy difícil o muy caro salir. Si la familia tiene conflictos no es buena idea armar una “bomba legal” que pueda explotar en cualquier momento. Ese tipo de sociedad pueden convertirse en una especie de Cromagñon, donde si alguien quiere salir no puede (o para los menos jóvenes) una puerta 12 como la que en junio de 1968 no dejó salir a los hinchas del estadio de River después del clásico.

Si quiere (y puede) hable francamente de esto con sus hijos, un hombre sabio me dijo alguna vez: yo soy tan apasionado por el campo, que me costó mucho darme cuenta que mis hijos tal vez hayan heredado la pasión, pero decidan posarla en otra cosa.

A veces ni la muerte de los padres libera a los hijos de esas exigencias familiares, porque como decía Shakespeare en El Mercader De Venecia, la voluntad de un padre muerto puede doblegar la voluntad de un hijo vivo.

Juan Carlos Aimetta

2018-12-06T16:30:03-03:00